Esta semana se ha celebrado el encendido de las luces de Navidad en la mayoría de ciudades españolas. Eso quiere decir que, durante el próximo mes y medio, caminaremos entre resplandores cálidos en forma de campanas, árboles o copos de nieve. El paisaje de las metrópolis pierde, solo un poquito, su visión de neones borrosos e impactos publicitarios para hacer hueco a una atmósfera ligeramente melancólica bajo la que resulta especialmente bonito pasear.
En el libro El hechizo del verano, Patricia Higa cuenta, a caballo entre el ensayo y la crónica, su experiencia estableciéndose en Estocolmo, narrando las costumbres y los códigos culturales suecos desde una mirada abierta. Allí cuenta que los suecos prefieren, durante los meses fríos y oscuros, los ambientes en penumbras y el resplandor de los fuegos naturales, y que muchos de ellos luchan contra la tendencia natural del invierno a querer estar dentro, a comer comida caliente y olvidar el cuerpo debajo de muchas capas de ropa mullida. Se obligan a sí mismos a salir para resistir al sedentarismo invernal y ponen en práctica el concepto rörelseglädje, que significa «alegría del movimiento».
Van a clases de baile o se pegan grandes caminatas, todo con una nube de vapor constante en la boca. Higa menciona con cierta admiración que, en los días de diez o quince grados bajo cero, es posible ver parejas de corredores trotando por los bosques. Yo no creo que en España tengamos ese carácter espartano, la verdad, y tampoco hace falta, pero sí me llevo conmigo la idea de salir ahí fuera y disfrutar de lo que la vida nos ponga delante a pesar de las inclemencias. Sobre todo porque, aunque nos dé pereza abandonar el confort de la casa, esa exposición al exterior nos puede llevar a ver a amigos que nos arreglan la semana con un par de horas de cena; o a una sesión de gimnasio ante la que preferirías clavarte astillas en las uñas pero acaba dejándote relajada y liberada; o a transitar una calle que hemos cruzado mil veces, ahora iluminada por leds que reflejan colores en las paredes, con nuevos ojos.
Tengo una pep talk interna y particular desde que tengo edad suficiente para negarme a hacer planes que no me apetecen, que consiste en preguntarme a mí misma si esa actividad me sentará bien. Si aunque me mate salir de las mantas, la ocasión que requiere mi movimiento me va a proporcionar realmente esa alegría de la que hablan los suecos. Me recuerdo a mí misma que generalmente merece la pena y casi nunca me arrepiento. Lo que quiero decir es que hay tiempo para todo en esta época, para mirar los cristales empañados desde dentro y para generar el vaho fuera. Al fin y al cabo, siempre volveremos a casa.
Una pintura
Vi esta publicación de Julianna Salguero en la que rescataba algunas pinturas del Museo de Orsay donde aparecían gatitos y me dio muchísima ternura pensar que nos han acompañado a lo largo de los siglos hasta convertirse en unas bolitas de pelo suaves que podrían matarnos en cualquier momento pero simplemente eligen no hacerlo. El verdadero plan del otoño-invierno es cualquiera que implique tener un gato o un perro acurrucado en el regazo.
Leyendo sobre las colecciones del museo francés, descubrí que el año pasado programaron una colección dedicada a la representación de los mininos en el arte. Ocuparon un lugar destacado, por ejemplo, en la vida de Charles Baudelaire y de Edgar Allan Poe, y en el siglo XVIII y XIX se crearon multitud de obras dedicadas a ellos, como Historia de los gatos de Paradis de Montcrif en 1727, o Los Gatos: una historia cultural, del crítico de arte Champfleury. Esta última ilustrada nada menos que con dibujos grabados de Delacroix, Manet, Mérimée o Hokusai.
Cuando decimos que son reyes que se dedican a mangonearnos desde tiempos inmemoriales, es que hay documentación.
Un boom literario
Hace poco hablábamos aquí del género cozy crime, cada vez más visible en las librerías, y John Self hablaba esta semana en el Guardian del crecimiento de la literatura japonesa centrada en historias cálidas que suceden en cafés, librerías o pequeñas tiendas de barrio. En UK, más de la mitad de los best sellers de este año han sido escritos por japoneses, y el verdadero gigante de su ficción son los libros de confort.
Conocidos en la industria como ficción "curativa" o "reconfortante", los libros de confort a menudo pasan desapercibidos en la prensa, pero representan más de la mitad de los títulos de ficción japonesa más vendidos este año. Hay motivos recurrentes: cafeterías (Before the Coffee Gets Cold de Toshikazu Kawaguchi); librerías y bibliotecas (What You Are Looking for Is in the Library de Michiko Aoyama); y, sobre todo, gatos (She and Her Cat de Makato Shinkai).
Uno de los editores más exitosos del Reino Unido de libros de confort japoneses es Doubleday, donde Jane Lawson es editora adjunta. Lawson creció en Japón, y cuando era editora junior, "era la única persona que buscaba ficción japonesa", dice. "Vi una copia de The Guest Cat", recuerda Lawson, refiriéndose a la novela de Takashi Hiraide de 2001, que luego se convirtió en un éxito de ventas, y pensó, "Quiero publicar un libro como ese." En 2017, publicó la traducción al inglés de The Travelling Cat Chronicles de Hiro Arikawa, que "ha seguido y seguido", vendiendo más de un millón de copias.
Lo interesante del género de confort, dice Lawson, es que cruza divisiones, atrayendo tanto a jóvenes como a mayores. Estos libros "tienen cualidades que siempre han existido – como El Alquimista de [Paulo Coelho] – pero se ha elevado y se le ha dado un elemento más moderno gracias a Instagram y BookTok".
Una barra de labios
Por circunstancias de la vida (une venta privada con muchísimo descuento a la que llegué gracias a mi compañera Ainoa), tengo en mi poder dos labiales de la colección The Slim de Yves Saint Laurent. Uno es un “luminous matte” color Transgressive Cacao, un chocolate ideal; y otro es un “leather-matte” color Mystery Red, una especie de burdeos perfecto para combinar con los looks otoñales.
Y ahora en castellano: ambos son mate pero con un punto luminoso, cremosísimos y me han durado bastantes horas puestos. Se sienten aterciopelados al tacto y al menos a mí no me han dejado zonas de color resecas. El packaging es precioso y era muy escéptica hacia el aplicador cuadrado, pero estoy empezando a cogerle el punto. Puede ser un regalo navideño estupendo, just saying.