La primera señal
Esta cartita vuelve a vuestros correos como vuelven los plátanos a sobrevivir fuera de la nevera.
Una de las cosas que más recuerdo de la vuelta al cole en septiembre, además de los artículos de papelería esperando ser estrenados y los cambios de luz que enmarcaban el paseo hacia ese edificio al que todos acudíamos nerviosos, es el regreso del chocolate. Durante junio, julio y agosto desaparecían de los estantes de los supermercados los bombones, los Kinder Bueno y los Ferrero Rocher por pura lógica climática. Teníamos al menos tres meses de privación que nos lanzaban a disfrutar las experiencias estivales a la fuerza. Y cuando mi madre volvía a traer a casa algún paquetito de delicias, se sentía como echarse una manta encima.
Creo que es precisamente ese impasse entre las cosas que más disfruto del otoño y su regreso lo que más me hace disfrutar del verano, porque me da tiempo a echarlas de menos. El capitalismo (chupito) genera esa falsa demanda de productos que no necesitamos, forzándolos fuera de temporada, para hacernos sentir los reyes del mundo por tener siete marcas distintas de kétchup entre las que elegir. Pero ni necesitábamos una solución para seguir consumiendo huevos Kinder en agosto (Kinder Joy, te odio) ni necesitamos turrones en septiembre.
Las temporadas son de las pocas cosas de esta vida que no son un invento de los humanos. La escritora Ryoko Sekiguchi hablaba así del concepto Nagori, que significa “nostalgia por la estación que termina”, en su ensayo del mismo nombre: “Nagori evoca, ya nuestra nostalgia por algo que nos abandona o que nosotros abandonamos, ya la noción de algo que trasciende ligeramente su estación, como si ese algo (flores o nieve, por ejemplo) abandonara de mala gana este mundo y la estación que le es propia. Tanto la cosa contemplada como la persona que contempla experimentan la pesadumbre de la partida”.
La etimología de la palabra se remonta a nami-nokori, “vestigio de las olas”, que designa el rastro que deja el oleaje después de retirarse de la playa. Básicamente quiere decir que, por muy vivas y reactivas que sean nuestras emociones, son mucho más lentas que nuestro cuerpo a la hora de desprendernos de una persona o lugar. Nos acompañará siempre, pero irá unos pasos por detrás de nosotros.
En las puertas de la nueva estación, remoloneamos un instante con ese fruto que se ha quedado un ratito más para despedirse en el umbral, y pensamos en lo que se marcha. En ese recodo estamos ahora: físicamente estamos en otoño, pero emocionalmente todavía queda nuestra estela en el agua en el que nos hemos bañado este verano. Las nuevas posibilidades vendrán empujando para que, cuando estemos preparadas, la dejemos ir.
Una novela
El misterio es un género que funciona perfectamente en otoño: las gabardinas, las noches frías de seguimiento y persecución, lo truculento que se asocia a la oscuridad… Todo potencia el meterse debajo de una manta y resolver un crimen. Pero este septiembre descubrí una nueva variante de los thrillers con un enfoque un poco más agradable que, sin ánimo de resultar narcisista, se ha debido inventar para nutrir esta cartita: el cozy crime.
Este género redefine la novela negra añadiendo elementos feel good, ligeros e incluso humorísticos que convierten las historias en una lectura que te calienta el corazón. Mi rito de iniciación -gracias, Sandra- fue Los misterios de la taberna Kamogawa, de Hishashi Kashiwai, cuya sinopsis es todo lo que nos gusta en esta casa: un padre y una hija que regentan una taberna en un pequeño callejón de Kioto tienen una pequeña trastienda donde, además, dirigen un negocio de detectives. Pero el tipo de misterios que investigan no tiene nada que ver con un suceso sangriento, sino con encontrar el ramen que cocinaba un familiar perdido de algún cliente. A través de una investigación que es puro placer para los sentidos, con infinidad de descripciones gastronómicas, nuestro regente es capaz de replicar esa receta a la perfección, ofreciéndole al cliente de turno un momento de nostalgia y felicidad pletórica a través de un plato humeante que pensaba perdido para siempre.
En los últimos años hemos visto un crecimiento de este tipo de enfoque amable a lo Agatha Christie, desde Puñales por la espalda hasta Solo asesinatos en el edificio (las dos otoñales, por cierto) , que responde a la necesidad de volver a un entretenimiento menos afectado. Por supuesto que seguiremos consumiendo una Mare of Eastown con voracidad, pero esta alternativa escapista resulta cada vez más ineludible si nos paramos a mirar a nuestro alrededor. No sé cómo explicarlo, pero si voy a salir a quemar contenedores en la manifestación contra el estado de la vivienda en Madrid, necesito que esta búsqueda del rebozado perfecto sea mi lectura de antes de dormir.
Un jabón de manos
A medio camino entre una noche de verano y un paseo fresco de octubre a primera hora del día, cuando se aprecian los aromas de la naturaleza con mayor intensidad, está este jabón de albahaca de Zara Home con el que he estado completamente obsesionada. Me topé con él en el baño de 9 Lives, un sitio de american pies cerca de Quevedo (Madrid), y ha sido el descubrimiento de los últimos meses. Las pies también están muy ricas, pero sintiéndolo mucho por el equipo, para mí la experiencia siempre se verá eclipsada por el primer golpe de este olor.
Una canción
Es un momento precioso del año porque prácticamente cualquier sonido puede trasladarnos al otoño incipiente. He estado todo el verano pensando que ‘Cardinal’ de Kacey Musgraves era el nexo ideal entre estaciones porque suena como una noche de septiembre en la que tienes que ponerte una camisa encima, los acordes menores llevan implícita esa nostalgia de un cambio de era y es lo suficientemente suave y delicada en su progresión para servir como alto en el camino.
Lectoras fans del verano: vamos a ir pasito a pasito adentrándonos en la noche, veréis que no os va a doler.
Bienvenido el Otoño y está cartita 🫶❤️
presioso 💗