Una silla vacía en la mesa
Este 2023 he pensado a menudo en todos esos gestos que le hacen saber a otra persona que te acuerdas de ella. Los he recibido de amigos que aparecían para enviarme un artículo, un meme o una frase con la que me asociaban y daban en el clavo. Ha habido algunos “¿cómo estás?” en días simbólicos o incluso likes a stories que se sentían como un “yo estoy contigo” y me han traído más entera hasta el final de un año melancólico.
Creo que ese tipo de conexiones sutiles y cálidas son mi forma favorita de intimidad: que te recomienden una película o un libro que te va a encantar, que recuerden cómo te gusta el café o que te pregunten qué has hecho hoy. Es el interés por las pequeñas cosas que nos convierten a cada uno en lo que somos lo que más me hace creer en la bondad y en la importancia del entorno que sostiene y acuna. No la pregunta evidente que cualquiera podría hacer sino las que arropan desde los recovecos.
En los próximos días parece más significativo que nunca tener esos detalles con las personas a las que queremos, porque todas estarán lidiando, de una forma u otra, con batallas. Hablo de la pérdida de un ser querido, de una época estresante, de recomponerse de una mala noticia o del sentimiento de exposición que mucha gente experimenta en estas fiestas. Las ausencias y los desconsuelos se magnifican estas dos semanas y todo se siente como cuando te rompen el corazón por primera vez y crees que no sobrevivirás.
Pero la cosa es que mañana seguiremos aquí, vistiéndonos para la comida de Navidad, poniendo una lavadora para aprovechar el sol del mediodía o dejando regalos bajo el árbol. Cuando mire el asiento vacío que ya no ocupa mi madre en la mesa, recordaré agradecida cómo una compañera de trabajo me acariciaba la mano el otro día y me preguntaba con delicadeza si quería salir a tomar el aire. Todos esos discursos de los finales de año que hablan de que “unos vienen y otros se van” están un poco incompletos: unos se marchan, otros nos quedamos aquí y algunos pasarán el resto de su vida intentando aliviar ese agujero en el pecho. Creo que a ella le habría encantado saberlo.
Una película
La directora Justine Triet se convirtió este año en la tercera mujer en ganar la Palma de Oro en Cannes, tras Jane Campion y Julia Ducournau. Jane Fonda, otra mujer combativa y estupenda, fue la encargada de entregárselo y acabó lanzándole a la cabeza el diploma que acompañaba al galardón y que había olvidado. Poco después, la francesa se pronunciaba en su discurso contra las políticas neoliberales que mercantilizan la cultura y contra el proyecto de reforma de las jubilaciones del Gobierno de Emmanuel Macron. Una señora bastante increíble, vamos.
Anatomía de una caída es su tercera película y la última ganadora de la Palma de Oro. Ya está en cines y está cosechando una cantidad de alabanzas para mí perfectamente merecidas. Este drama judicial narra la historia de una escritora que es acusada de matar a su marido. La intensidad de su crecimiento está estudiada al milímetro y es una disección fascinante de un matrimonio turbulento, sus insatisfacciones vitales y el propio concepto de justicia.
Está ambientada en una región montañosa de Grenoble (Francia), y asistimos a una coreografía preciosista entre la nieve. La película tiene una de las escenas más magistrales que he visto este año y me ha metido la versión instrumental de P.I.M.P. en lo más hondo del cerebro. Es perfecta para cualquier tarde de estas vacaciones de Navidad.
Un libro
En Una noche de invierno, de Laura Kasischke, una novela que transcurre en el lapso de una mañana de Navidad en medio de una feroz ventisca de nieve, la autora aprovecha la crispación de esa jornada para hacernos mirar a nuestro abismo interior. Perfectamente consciente del baile de emociones atado a esas fechas, asistimos a un fuego cruzado de reproches y preguntas existencialistas que dejan una línea que me chifla: “Hay que tener ánimo de invierno”.
En el contexto de la novela significa que hay que tener un ánimo de rosas, tomarse la vida de cierta manera, forzar la sonrisa en la tempestad, como todos esos mensajes optimistas y vacíos que llenan las tazas de desayuno. Nuestra protagonista, por supuesto, no se traga ese mensaje de mierda, y nosotras tampoco.
Mi edición es de Salamandra y se puede leer en una tarde. Concretamente esta tarde del 24 de diciembre, quizá antes de que lleguen los invitados.
Un iluminador
Siempre he pensado que un highlighter es un producto muy de esta temporada de otoño-invierno, justo cuando la piel se seca y se apaga. Los festivales de verano se llevan el premio a la estética brillante y jugosa, pero el frío gana el oro en la necesidad de hidratación.
Este stick multiusos de Chanel es como ver El sueño eterno de Lauren Bacall y sentir que te estás perdiendo el secreto de un rostro, de cómo puede una persona lucir tan bien. Creo que, de haber vivido sus años dorados ahora y no en los 50, ella usaría únicamente un labial rojo y este iluminador.
El efecto buena cara es instantáneo con un par de toques y la cremosidad es de otro mundo. Tengo el tono “Transparent”, que deja ese shimmer discreto con partículas brillantes sin evidenciar un color concreto. No es exactamente barato (42€), pero si una no puede darse un capricho y poner esto para sí misma debajo del árbol estos días, no sé de qué sirve trabajar 40 horas semanales.
Un verso
Believe us, they say,
it is a very serious thing
just to be alive
on this fresh morning
in this broken world.
Este pequeño fragmento de Invitation de Mary Oliver representa exactamente el estado mental que quiero alcanzar en esta cartita: es absolutamente extraordinario que podamos asomarnos a la ventana en una mañana de invierno y escuchar a los pájaros interpretando su danza. Una taza caliente, el vaho que generamos con la boca desde que tenemos seis años y que confirma que hace menos de 7 grados, hacer un dibujo en un cristal empañado. Es una cosa muy seria simplemente estar vivas.
Todo el poema es precioso y he llegado a la conclusión de que Jenny Odell tuvo que inspirarse en él para escribir Cómo no hacer nada: Resistirse a la economía de la atención.