Enero es un mes difícil de romantizar, incluso para las amantes del invierno. Supone una perturbación a demasiados niveles: en el plano emocional, donde nos enfrentamos al artificial vigor de un nuevo año sin haber procesado aún el anterior; en el anímico, donde cada minuto más de luz se siente como un goteo parsimonioso hasta la primavera, casi una tortura; en el físico, donde acabamos con los cuerpos encogidos, tendiendo a formar una rosca como si fuéramos gatos (no hay momento del año en el que se necesite más una rutina de yoga o pilates que este); e incluso en el intelectual, porque resulta que el frío extremo ralentiza notablemente la velocidad a la que el cerebro procesa la información.
Pero fíjate cómo son las cosas, que cuando estás a punto de tirar la toalla ante la sensación de angustia y aislamiento, la vida te lanza una bola curva en forma de rayo de esperanza. Para mí, ese detalle trivial al que agarrarme ha sido el regreso de las fresas al mercado. El primer paseo en el que me las crucé las miré como en un meet cute, brillantes y de un carmesí profundo, y de alguna forma creo que me devolvieron la mirada. Este cambio de color en la nevera es extrañamente determinante, casi como si ese reciente dulzor nos llevara hacia adelante en el tiempo.
Es una fruta a la que asocio con desayunos pausados (batidos con plátano, tostas de pan con fresas, miel y ricota, bizcocho de fresas…), con un mordisco jugoso que amenaza con arruinar el blanco pulcro de una camisa fresca y limpia, con una sobremesa cálida y ociosa y un bol de fresas recién lavadas para compartir. Son la primera señal de un cambio, el símbolo de que nada dura para siempre.
Y todo esto tan evocador, que parece tan lejano, está germinando en pleno invierno. Claro que hay esperanza.
Tres ensayos sobre el invierno
“Winter Integration” de Angie Kelly en The Selkie
Un breve encuentro con un coyote en medio de la nieve es el desencadenante de este texto precioso sobre transitar el invierno sin pasarlo pensando en el verano (aunque si te sirve para atarte a la realidad, siempre estará bien).
Me encanta el invierno por su reverencia, su descanso, su introspección natural. El invierno es la exhalación, la pausa profunda, el giro hacia adentro.
Permito que la paz me encuentre en las prácticas más simples, en observar la caída de la nieve, en saber que no tengo que hacerlo todo ahora mismo. No tengo que tenerlo todo resuelto. Solo necesito reflexionar, descansar, recuperar. Exhalar con los ecosistemas colectivos del hemisferio norte, y prepararme para la inevitable inhalación y todo lo que traerá.
“The soft week” de Emma Leokadia Walkiewicz en Girls on the Page
Este texto de la última semana de diciembre rinde homenaje a ese espacio liminal entre el final y el comienzo de otro año. Ese periodo de calma en el que se permite un parón colectivo antes de volver a arrancar el motor. Habla de lo desconocido y de la página en blanco.
Las reglas y las horas se doblan, tienen bolsillos profundos y pasillos secretos.
“On Hunger & Consumption” de Elaine McMillion Sheldon en Between Frames
La cineasta nominada al Oscar Elaine McMillion Sheldon tiene una cartita increíble en la que mezcla crónica, ensayo y análisis sobre el universo cinematográfico pero también las pequeñas cosas de la vida. En este tema hablaba de las épocas lentas, de creatividad en barbecho, y de cómo abandonar las grandes listas de propósitos puede ser toda una liberación.
Al adentrarme en este nuevo año, no persigo grandes resoluciones ni largas listas de objetivos. En su lugar, me estoy comprometiendo a desaceleraciones diarias y esperanzas a largo plazo.
El año volará—siempre lo hace. Pero tal vez, con pequeñas acciones diarias, pueda estirar el tiempo lo suficiente como para sentir su peso.
Un aroma
Hay un estudio fascinante sobre cómo los distintos ingredientes y notas de los perfumes han ido evolucionando a lo largo de las décadas, y para sorpresa de nadie, esa línea temporal pone de relieve que la industria ha pasado de la experimentación y la diversidad más divertida a la conformidad aburridísima en menos de cuarenta años.
Llama la atención que en la década de 2020 se han impuesto el almizcle, la vainilla, el ámbar y el sándalo, lo que confirma que el estilo que prevalece es cozy y envolvente. Supongo que la mayoría de nosotros queremos oler a sábanas limpias, naturaleza y madera. Tampoco se nos puede culpar.
Un debate
Esta semana, Bruno me pidió que le subiera un helado cuando volviera a casa. Un helado. A 7 grados fuera. Para mí es impensable, soy una persona friolera y necesito pasarme los meses de invierno básicamente engullendo sopas, pero sé que existe esta facción pro-helados en invierno y quiero ser capaz de comprenderla.
Hay algo bonito en la idea de querer disfrutar de algo que te gusta sin importar la época del año a la que técnicamente corresponde (sí, por supuesto que yo como churros con chocolate en verano). La búsqueda de confort de estos meses va muy asociada a lo calentito y lo satisfactorio, y ese es y será siempre mi equipo, pero también hay mucha tradición nórdica de bañarse en el mar helado como arranque de año. Pues eso, que no estamos aquí para juzgar sino para abrazar todo aquello que nos reconforta.
Gracias por tu "puñado de fresas". Este diciembre pasado me comí mi primer "helado de invierno". Han tenido que pasar 45 años de vida para hacerlo. 😂😂😂
Estaba riquísimo el Maxibón, la verdad