Poco a poco van desapareciendo todas las gaviotas y los cuervos que volaban en la ciudad en verano y en otoño. Uno de los pájaros que siguen viéndose rondando el invierno son las urracas, animales inteligentísimos que pueden reconocerse en un espejo. No a todas nos pasa. Dice la leyenda popular que roban objetos brillantes para llevarlos a sus nidos y, aunque está desmentido por la ciencia, confirmo que una vez vi a una sosteniendo una chapita de cerveza en el pico.
Cuando se acerca la Navidad somos un poco como ese falso rasgo que se les atribuye a las urracas: nos abandonamos con temeridad a la purpurina, la lentejuela y el brillo. Hace unos días hice mi visita semestral al vivero de mi barrio, que estaba convenientemente ataviado con decoración navideña clásica, pero también con flores secas tintadas de plateado y dorado u hojas preservadas teñidas de bronce. Me llevé todo lo que pude, como si la alegría que estaban a punto de darle a mi casa fuera un círculo de invocación para mantener lejos todo mal. De alguna forma creo que es cierto, hacemos ese tipo de negociaciones desde que somos pequeños: si encesto la bola de papel aprobaré el examen, si cambio las sábanas todo estará bien, si adorno la casa estaré menos triste. Es imposible saber si esos pequeños gestos tienen algo que ver en el juego de azar, pero el simple hecho de movilizarnos es un motor poderoso.
Este año me ha sorprendido encontrar muérdago por todas partes, no solo en la excursión al vivero sino también en supermercados. No recuerdo haberlo visto de forma tan masiva en años anteriores y siempre había pensado en él como una costumbre yanki, pero ha sido bonito descubrir su simbolismo real, que va más allá de la historia del beso que nos han contado todas las comedias románticas y es algo mucho más amplio y generoso: según la tradición, el muérdago se debe regalar y colgar en casa cerca de la puerta de la entrada, para que toda la familia tenga salud y buena suerte. Al año siguiente hay que quemarlo y debe ser sustituido por uno nuevo.
Es uno de los símbolos del solsticio de invierno y uno de los protagonistas de las fiestas invernales porque, cuando el árbol pierde sus hojas y se queda desnudo, el muérdago sigue ahí, verde y vivo. Las personas somos un poco eso. Compramos guirnaldas aunque no nos apetezca, engalanamos el hogar para atraer gozos y nos pintamos los labios de rojo en nuestros días más oscuros. Como comprar una flor de Pascua cada año a pesar de que siempre se nos acaban muriendo antes de la gran noche, lo seguimos intentando una y otra vez porque lo peor que puede pasar es que se nos sequen un poco las hojas, pero en unos meses saldrán otras.
Una ventana a otro mundo
El hit de la semana en mi oficina ha sido esta maravilla de directo que muestra un pozo de agua en Namibia las veinticuatro horas del día. Una amplia variedad de animales pasan por allí a beber a lo largo de la jornada, y en solo un par de vistazos es fácil avistar antílopes, jirafas, elefantes, cebras o cuervos metiendo picos y hocicos en el charco y después seguir con su vida.
Este pequeño espacio se encuentra dentro del Parque Gondwana Namib, en la frontera con el Parque Namib Naukluft. Los administradores cuentan en su canal de YouTube que todas las barreras creadas por el hombre han sido eliminadas en ese parque, creando un espacio de más de 56.540 kilómetros cuadrados donde la fauna se mueve libremente.
No exagero si digo que la mayoría de nosotros lo hemos tenido de fondo toda la semana, y nos íbamos avisando cuando entraba en plano un nuevo espécimen. Ver a todos esos animales majestuosos en libertad, sin reparar en nuestros ojos curiosos, tiene un efecto calmante. Saber que esta realidad está sucediendo a miles de kilómetros de distancia ayuda a poner las cosas en perspectiva: nuestro pequeño trabajito gris de oficina no importa absolutamente nada, porque en el otro lado del mundo hay un elefante bebé hidratándose y eso sí es extraordinario.
Una película
Estoy pasando un gripazo que me ha tenido a 38.5 grados de temperatura, con muchísimos mocos y una tos seca insoportable, todo eso en mitad de un puente para el que tenía otros planes, pero la vida es un poco esto. Este contexto hostil me pareció el momento perfecto para ver los 196 minutazos de Sueño de invierno, una película que ganó la Palma de Oro en Cannes en 2014 y que se incluye en el selecto listado de obras maestras de Filmin. Y no cabeceé en ningún momento. Digo poco pero se me entiende.
Aydin, un actor jubilado, dirige un hotelito en Anatolia central con la ayuda de su mujer, unos 30 años menor que él y completamente anulada por su cinismo y paternalismo. En invierno, a medida que la nieve va cubriendo la estepa, el hotel se convierte en su refugio y en el escenario de sus aflicciones. Boyero dijo de ella que son tres horas en las que no ocurre nada apasionante, y estaremos todas de acuerdo en que el camino virtuoso es siempre pensar lo contrario a lo que él vomite.
Es bellísima en su tratamiento de la luz y el sonido (escuchamos casi exclusivamente pisadas sobre la nieve, el fuego de una chimenea crepitando o una ventana de madera dilatada al cerrarse). La mirada hacia sus personajes es minuciosa, los conocemos profundamente a través de sus larguísimas conversaciones trascendentales sobre la dignidad, la caridad, el dinero, la clase, la culpa o la compasión. Son duelos dialécticos en los que su director se sirve del espacio para ilustrar la distancia emocional.
Hacia el final de la peli hay una discusión marital devastadora que jamás olvidaré, a la altura de ya-sabes-qué-escena de Anatomía de una caída o cualquiera de Secretos de un matrimonio. El ser humano y sus relaciones como epicentro de contradicciones y dilemas morales. Para mí ha sido agotadora y apabullante, pero en ningún momento aburrida.
La sombra de Bergman es alargada, y a veces lo es para bien.
Una tendencia de 2025
Ha llegado uno de los mejores momentos del año: las predicciones estéticas anuales de Pinterest ya están disponibles. Esto es: el equipo monitoriza y analiza cambios en sus búsquedas e identifica posibles tendencias del año venidero. Es bastante guay porque llega como una mirada al futuro y no tanto como un repaso por lo que ya hemos vivido (igual a estas alturas no hace falta que nadie nos recuerde lo que ha sido el fenómeno brat, la verdad).
El caso es que es de mi agrado informarles de que varias de las tendencias que han recopilado para 2025 respiran otoño, desde el color cereza que parece que lo va a copar todo hasta un creciente interés por el estilo gótico y medieval, pasando por el llamado Moto Boho, una estética que combina ropa y accesorios de cuero negro con elementos bohemios como faldas de encaje; o el crecimiento en búsquedas de escapadas a la montaña. Lo estamos consiguiendo, chicas.
Parece que podría ser un año muy marcado por lo colorido y lo recargado and I’m here for it. No puedo esperar a ponerme cincuenta pinzas en el pelo o a practicar el maquillaje efecto aura.
ay me encanta la cámara de namibia muerooooooooo gracias por compartir 😘😘😘😘😘