Hubo un tiempo en el que nos hicieron creer que el autocuidado tenía que ser ruidoso: alarmas a las 6 de la mañana, rutinas de cuidado de la piel con 12 pasos, agendas llenas de tareas con códigos de colores. Pero me alegra ver que esa concepción productivista del cuidado ya no copa tantos artículos ni espacios de diálogo como antes. O quizá es que mis algoritmos están bien entrenados y bloquean esa tipología de contenido. En cualquier caso lo considero un éxito.
Durante años digerimos aquel marco teórico individualista que ponía todos sus esfuerzos en agotarnos y frustrarnos, pidiéndonos entre susurros ser “miembros productivos de la sociedad” incluso durante nuestro supuesto descanso: producir más, comprar más cosas innecesarias y, en definitiva, trabajar gratis por algo que nunca alcanzaríamos.
Después de esos años de trucos de productividad y de perseguir una versión mejorada de nosotras mismas anclada en el mercantilismo, empezamos a buscar pequeñas cosas, casi invisibles, que hacían que la vida se sintiera más suave. Cosas que no requerían esfuerzo, disciplina ni motivación, pero que aun así se sentían como cuidado. Ciertos hábitos que se deslizan en el día a día, pequeñas cosas que hacen que la vida se sienta más fácil. Nada de optimizar.
Estos meses de invierno he identificado un nuevo hábito completamente inofensivo que me hace sentir muy bien: acabar de leer un libro en domingo. En las últimas cuatro o cinco lecturas me descubrí alargando involuntariamente el tiempo para condensar la mayor parte del progreso el fin de semana, o pegando un acelerón para finalizar una historia. Me provoca una satisfacción increíble arrancar una nueva semana con el poso palpitante de la lectura anterior y fijando cuál será la siguiente desde un clean start. Como cuando el día 1 del mes empieza en lunes, o cuando una hora redonda te da la fuerza para hacer algo. Una sensación inexplicable de sincronía casi mágica con el universo.
Tantas y tantas artimañas publicitarias para acabar comprendiendo que son las cosas más delicadas y silenciosas las que a menudo nos mantienen en marcha. El tacto de un jersey ajeno cuando das un abrazo. Unas zapatillas feísimas de estar por casa. Diez minutos de sol dándote en la cara. Acabar la última mandarina justo antes de ir a comprar. Darle muchos besos a un gato cuando está adormilado. Empezar un cuaderno.
Resulta que esto no iba de esfuerzo sino de suavidad.
Un pódcast
Mi amigo Víctor me compartió esta historia genial usando la frase más bonita que recuerdo: “vi esto y pensé en Temporada de sudadera”.
En A Coruña hay una mercería que se hizo viral en TikTok en 2023 por las hipnóticas descripciones que su dueño hace de tesoros con hasta treinta años de historia: calcetines de perlé, botones de nácar auténtico o abanicos infantiles. Miles y miles de seguidoras españolas y latinoamericanas han cubierto a La Crisálida de cariño e interés por el proyecto, que destila un aura nostálgica por los negocios de barrio que ya no tienen cabida en nuestra sociedad capitalista.
Ahora, el patronista que regenta la tienda, Ramón Santos, ha montado un pódcast que se graba en la trastienda de la propia mercería, y en el que invita a diseñadores, sastres, sombrereros y otros actores de la industria textil a charlar sobre sus caminos y la situación actual de la moda. La diversidad de perfiles que pasan por allí es una pasada, y algo que calienta particularmente el corazón es ver que las luchas históricas de los colectivos vulnerables, como el antirracismo, forman una parte importante de la programación.
Un acontecimiento
En un zoológico de Tacoma, en Washington, ha nacido una rara especie de tapir malayo que está en peligro de extinción debido a la deforestación y la pérdida de hábitat provocada por el desarrollo humano. Es el segundo tapir de este tipo que nace en 120 años. Ciento. Veinte. Años.
Ese “exciting news” de la comunicación oficial se queda cortísimo para lo que sentí al leerla. Todos y cada uno de los días de esta semana he pensado en esta bolita de pelo moteada -aún sin nombre-, y su mera existencia me ha servido como recordatorio del “touch some grass”. Esto es mucho más grande que fichar de 9 a 18, más grande que lo de Lourdes, mayor que lo de Fátima.
Solo en el último año tuvimos una histeria colectiva con la hipopótama pigmea Moo Deng, un fenómeno viral que nos hizo reconectar con la inocencia y la monería de un animal recién nacido; y con la noticia de que el lince ibérico se aleja progresivamente del peligro de extinción, actualmente con más de 2.000 ejemplares. Todos son un símbolo de esperanza. Nos recuerdan que la naturaleza, cuando se protege y se cuida, tiene una capacidad extraordinaria para regenerarse; y ese pensamiento nos aleja, aunque sea unos minutos al día, del desastre medioambiental y nos reubica en el optimismo, la ilusión, la expectativa.
Un episodio
El capítulo 4 de la segunda temporada de Severance, la serie de Apple TV, puede ser lo mejor que he visto en televisión en muchísimo tiempo. Claro que creo que he dicho esto mismo de cualquiera de los anteriores y diría que siempre he tenido razón.
Nuestros innies salen por primera vez al exterior en un “retiro corporativo”, posiblemente el concepto más terrorífico jamás ideado, en medio de la inmensidad. Todo el episodio se rodó en la reserva del parque estatal Minnewaska, convirtiendo esta hora en una pesadilla nevada en la que nada es real.
La interpretación de Britt Lower, el desarrollo del personaje de Irving, el atuendo increíble de invierno de Milchick, Ms. Huang tocando el theremín, la fotografía espectacular que se está adaptando al storytelling de cada capítulo, el cambio sutil de edición… No sé, me siento realmente muy afortunada de vivir en un tiempo en el que Severance se está emitiendo. La sombra de este show va a ser alargada.
Un bálsamo labial
Alerta CLON. No sé si recordáis aquella época en la que todas compramos compulsivamente el Liposan Blackberry Shine que sustituía al labial Black Honey de Clinique costando cuatro veces menos. Good ol’ times. Pues resulta que Mercadona -y lo siento mucho porque aquí odiamos a Juan Roig :(((- tiene un bálsamo que sirve como dupe del Lip Glow de Dior. Cuesta 4,50€ y su textura encapsula bastante bien lo que buscamos en estos meses: hidratación y una pincelada ligera de color sin dejar los labios pegajosos, porque una melena suelta al viento salvaje del invierno y un labial aceitoso son una situación un poco pesadillesca.
No siempre se puede terminar el libro a tiempo, pero si puedo, me encanta ir a la biblioteca los lunes. Otra de tu equipo por aquí 😁 📖
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