En la televisión en abierto llaman «el minuto de oro» al pico de audiencia de la jornada, que suele corresponder al momento álgido del programa más popular del prime time: la confesión de una infidelidad de un famoso, un gol de la selección, la escena en la que tras muchos episodios por fin se besa la pareja protagonista... En Los días perfectos, de Jacobo Bergareche, se nos invita a pensar cuáles serían nuestros minutos de oro personales. El del día de hoy, el del fin de semana, el del verano pasado. Y no habla de grandes momentos como un baño de olas al atardecer o una cena entre amigos con una conversación inolvidable, sino de días en los que cada acción es memorable, desde que abres los ojos hasta que te duermes.
Llevo toda la semana volando en círculos sobre esa idea y creo que, para mí, un día perfecto sí puede estar perfectamente marcado por un único suceso gozoso que trasciende. Estoy pensando en mis últimos minutos de oro, que podrían ser aquella comida al aire libre al sol del invierno tras unas semanas muy estresantes, o ir a escoger el color de los muebles de mi futura cocina. No recuerdo mucho de lo que hice o pasó antes o después de esos momentos clave, pero en mi cabeza viven catalogados como perfectos porque, al regresar a ellos, siguen emitiendo un eco.
En la novela de Bergareche, el protagonista se obsesiona con la correspondencia que le escribió William Faulkner a su amante Meta Carpenter. En una de las cartas, Bill -como se autodenominaba en la intimidad que establecían Meta y él- hacía una crónica gráfica de un día perfecto, medido en placeres tan corrientes y asequibles como los que desgrana Lou Reed en su canción Perfect Day (beber sangría en un parque, dar de comer a animales en el zoo de Central Park, volver a casa):
Bill llama a la puerta del dormitorio de Meta con una pala de ping-pong en la mano, la despierta, desayunan, juegan al ping-pong, conducen por Sunset Boulevard, van a la playa, se tumban en la arena hasta el atardecer, beben unas cervezas, vuelven a casa y dejan su ropa en unas sillas. Nada de lo que ocurre es extraordinario, y sin embargo es un día perfecto, merece un reportaje, dos páginas enteras de un periódico para narrar en exclusiva la extraordinaria noticia de ese día perfecto. No ven el Taj Mahal, no comen en un tres estrellas Michelin, no les hacen una visita nocturna y privada a un museo, no se meten mdma mientras follan en el Standard, no escuchan a los Rolling en directo, no se beben un Krug de treinta años mientras abren una lata de caviar, no se ponen un esmoquin y les reciben con antorchas en la casa de un príncipe italiano arruinado, no pasa absolutamente nada que no pueda pagarse cualquiera, cualquier día en cualquier sitio, y sin embargo, no hay más que ver la carta para saber que fue un día perfecto.
Nosotros, en este tiempo, según narra Peter Handke en Ensayo sobre el día logrado, ya solo aspiramos a tener un buen día, un día logrado entre tantos días inútiles y olvidables. Como los memes sobre malgastar un buen outfit en un día mediocre. “Yo no aspiro a otra cosa al cabo de la semana, o incluso del mes, la estación, el año, que a tener un buen día en algún momento, o un buen momento al cabo del día. Durante el año invierto mucho tiempo, imaginación y dinero en procurarme quince o veinte días buenos, no perfectos, pero emocionantes, excesivos y cargados de grandes promesas”.
Voy a empezar a hacer como Luis, que le pregunta a sus hijos a la vuelta de cada excursión cuál ha sido su momento de oro del viaje, pero conmigo misma. Porque la simple pregunta genera una pequeña narración interna que exhibe y preserva los recuerdos bonitos. Y no estamos, en estos últimos días grises de la temporada, para cerrarnos a ninguna posibilidad.
Una ventana
WindowSwap es una web que te permite visitar digitalmente millones de ventanas del mundo. Es decir, tú puedes disfrutar de las vistas que tienen otras personas a lo largo y ancho del planeta y también compartir tus vistas con otros.
Esta comunidad era completamente desconocida para mí hasta esta semana y ya es mi nueva cosa favorita. Te puedes asomar a un campo nevado en Turquía, a una tarde de lluvia en Cork o a una terraza soleada en Rumanía. Si en el plano se cuela un perro o un gato, habrás sido doblemente bendecido.
Creo que este es exactamente el uso que deberíamos estar dándole a internet.
Un dúo
La mayoría de nosotros hemos aprendido todo lo que sabemos sobre cocina de nuestras madres. Hay excepciones, claro. Hay algunos padres, abuelas y tíos ocasionales; pero generalmente han sido nuestras mamás las que han cargado el peso de alimentar a las familias y llevarnos con vida al siguiente amanecer. Entre semana, cuando acabo agotada de trabajar y tengo que alimentarme, pienso muchísimo en la labor constante de planificación, coordinación y ejecución que hizo mi madre (y muchas otras) durante todas las comidas y cenas de nuestra vida. Dos veces al día, lloviera o nevara, le apeteciera o no. Y lo peor de todo es que recuerdo muy pocas quejas al respecto.
En una de estas “¿qué narices ceno hoy?”, me crucé con Maxine Sharf y el concepto detrás de su cuenta de Instagram. Su bio reza “aprendí casi todos mis platos de mi madre”, y en muchos de sus vídeos aparece ella, ya sea en la presentación del plato final o como mención nostálgica de cómo solía prepararla ella. Sé que esta atribución y representación es especialmente relevante para la diáspora asiática, la cocina que ellas visibilizan, por eso creo que es tan reconfortante ver esta combinación de recetas cálidas y reconocimiento madre-hija.
Un poema
Estos días los he pasado resfriada, como corresponde en invierno, y eso me ha llevado a pensar irremediablemente en las naranjas y las mandarinas que nos recomendaban comer de pequeñas para “levantar las defensas”. No he conseguido bloquearle el paso al constipado ni con vitamina C, pero encontré este poema lindísimo -quizá tan infantil como los que escribíamos para el cole, no sabría decirlo y de todos modos me parecería bien- sobre disfrutar de los placeres mundanos. Como pelar una naranja y compartir los gajos. Casi siendo el aroma cítrico mientras lo releo.
El poema de Wendy Cope es precioso, de mis favoritísimos de la vida 🧡🧡 sacaron hace poco una edición muy chula de ese y otros poemas suyos en Faber que está genial :)
¿Y si digo la verdad? ¿Y si escribo que recibir y leer este boletín el domingo es una de las mayores alegrías de la semana?